sábado, 4 de septiembre de 2010

Oculto en el sendero

Oculto en el sendero

Por: Gunther Hasselkus

Nótese la tragedia que emanaba de su boca, no me refiero a la halitosis beligerante que azotaba a todo aquél que se acercaba a él, sino al profuso sentimiento de impotencia que exhalaba cuando hablaba de un mundo decadente con el cual se topaba en cada esquina, en cada puerta, en cada mirada que le esgrimía...

No rebasaba los veinticinco años de edad y su intelecto ciertamente superaba el promedio de sus compañeros, sus motivaciones distintas al resto le hacían sucumbir ante las más banales circunstancias existenciales, como por ejemplo el amor...

No seguiré escribiendo en tercera persona estimado lector puesto que ahora deducen que es mi caso, el caso de un joven que porfiado de talento, ha decidido derrocharlo en una usanza llevada al fracaso...

Desistí hace poco, pero reincidí en el acto, sometí mis inquietudes intelectuales por adentrarme a ese terreno pedregoso el cual alguna vez caminé, justo ahora me encuentro encarcelado, ahí en una jaula a kilómetros de la entrada de ese nefasto sendero que me engañó de nuevo, que me otorgó un dulce vestigio de cariño y que me ha enclaustrado por un buen tiempo...

Les relataré que donde me encuentro, las paredes son inimaginablemente altas, las emociones un vaivén de sentimientos encontrados y el corazón late arrítmico entre la nostalgia y la esperanza... Aún recuerdo cuando transité el sendero junto con ella, parecía que al fin me acercaría a la libertad, un camino lejano del razocinio y cercano a la añoranza, (debi haber recordado el camino cuando pude hacerlo...)

Cuando parecía que el horizonte se difuminaba bajo el halo de la alegría, el cielo se tornó nauseabundo, las nubes colmaron la vista con su insulsa presencia arremetiendo al destino y dando pauta a su desdén. Ahí, nuevamente viré para encontrarla pero ella se había ido y me encontré solo.

La soledad no fue factor, acostumbrado a los silencios intranquilos mi mente no mostró más indolencia que la sorpresa... Justo ahí es cuando comienza y termina mi relato, y es que más allá de la soledad, es el sentimiento de inmundicia que la decepción otorga, el disgusto ante el destino, la contundencia de saberse desprovisto de herramientas para salir avante y lejos, demasiado lejos para pedir en un grito ayuda para ser encontrado...

A veces cuestiono si valdrá la pena siquiera salir, pues allá, afuera, probablemente exista otro espejismo que me tome de la mano y recalcitrante me abandone en el ocaso, en la penumbra.

Nótese la tragedia que emana de mi boca, no me refiero a la halitosis beligerante que azotó a todo aquél que se alguna vez se acercó a mi, sino al profuso sentimiento de impotencia que exhalé cuando hablé de un mundo decadente con el cual me topé en cada esquina, en cada puerta, en cada mirada que recuerdo me esgrimíó...